El Parkinson y la calidad de vida

La enfermedad de Parkinson (EP), es un trastorno neurológico degenerativo que afecta a más de 4 millones de personas alrededor del mundo. Aparece generalmente entre los 50 y 65 años, con una frecuencia ligeramente mayor en hombres.

Los signos cardinales de la enfermedad son: temblor, rigidez, bradicinesia y trastorno de los reflejos posturales; sin embargo, también se presentan alteraciones no motoras como síntomas autonómicos, cognitivos, psiquiátricos y trastornos del sueño.

Estas manifestaciones motoras y no motoras afectan la funcionalidad del individuo y contribuyen al deterioro en la calidad de vida.

Debido a que la calidad de vida se basa en mediciones con variables de subjetividad, se han desarrollado métodos de evaluación válidos, reproducibles y confiables.

La calidad de vida hace referencia a las perspectivas del sujeto, reflejada en reacciones cognitivas y afectivas, sobre sus ideas personales y la situación actual.

El Grupo de Calidad de Vida de la Organización Mundial de la Salud define la calidad de vida como “una percepción individual de su posición dentro del contexto cultural y sistema de valores en sus vidas y su relación con sus metas, expectativas, normas y preocupaciones; este concepto incorpora la salud física, estado psicológico, nivel de independencia, relaciones sociales, creencias personales y sus relaciones con situaciones nuevas con su entorno.”

Por otra parte, se enfoca en el vínculo de la calidad de vida con el impacto de la enfermedad y tratamiento de pacientes, el bienestar físico, emocional y social después del diagnóstico y tratamiento. También involucra la asociación del funcionamiento objetivo y las percepciones subjetivas de la salud.

La calidad de vida relacionada con la salud se refiere predominantemente a la percepción del estado de salud y puede ser evaluada a través de instrumentos clínicos diseñados para este fin.

Los factores que impactan en la calidad de vida relacionada con la salud en pacientes con EP incluyen la severidad de la enfermedad, duración de ésta, inestabilidad postural y caídas, complicaciones motoras, depresión, ansiedad, dolor, sueño, deterioro cognitivo, alucinaciones y limitaciones de las actividades de la vida diaria. Existen diversos instrumentos clínicos para evaluar tanto la función motora como la no motora.

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